Hay, con todo, formas sutiles e incluso agradables de someter a los escritores. Por ejemplo, dándoles cargos políticos, tapándoles la boca con premios y prebendas, recompensando mediante subvenciones su docilidad. Y luego está esa otra forma alentada por la pasión nacionalista, cuando el escritor se pliega a convertirse en emblema. Entonces lo llevan en palmitas, lo adoran, lo preservan de las críticas negativas y, amarrado a la ortodoxia, incapacitado para disentir, lo mantienen inmóvil y vigilado como las hormigas a su reina. (Fernando Aramburu)
En una entrevista aparecida ayer en El País