He empezado a leer el que creo el último libro de Michèle Petit, ‘El arte de la lectura en tiempos de crisis’.
Lo he iniciado en una tarde lluviosa y desapacible, la de ayer y lo seguiré en otra por el estilo alejado un poco del ruido en uno de los rincones de Cantabria donde me suelo recluir.
Después de una mañana entre verdes valles pasiegos vuelvo a releer en la página 15:
Para muchos de ellos estas crisis se traducen sin embargo en el mismo tipo de angustia. Vividas como rupturas, sobre todo cuando se acompañan de una separación de los seres más allegados, de la pérdida del hogar o de los paisajes familiares, las crisis desembocan en un tiempo inmediaro, sin proyecto, sin futuro, en un espacio sin línea de fuga. Reviven antiguas heridas, reactivan el miedo al abandono, afectan el sentimiento de continuidad propia y la autoestima. A veces provocan una pérdida total de sentido. Pero igualmente pueden estimular la creatividad y la inventiva, contribuyendo a que se elaboren otros equilibrios, porque en nuestro psiquismo, como dijo René Kaës, una ‘crisis libera al mismo tiempo fuerzas de muerte y fuerzas de regeneración’. ‘El desastre o la crisis son también, y por encima de todo oportunidades’, escriben Chamoiseau y Glissant tras el paso de un ciclón. ‘Cuando todo se derrumba o se trastoca, también algunas rigideceso imposibilidades se ven sacudidas. De pronto se vislumbra cómo gracias a nuevas claridades, se esculpen algunas improbabilidades’. (pag. 15)
No tengo tan claro que nos hayan enseñado a leer ese lado positivo de la crisis y si en muchas ocasiones y a muchas personas la situación en la que queda su vida tras una de ellas les permite tener ese punto de vista que permita vislumbrar nuevas claridades.
Quizás este cierto pesimismo melancólico sea sólo fruto del tiempo que no parece alumbrar a corto plazo ninguna nueva claridad.
Mañana será otro día.