Pamplona

 Vuelvo a Pamplona. Las ciudades son también las personas. El viaje es también el encuentro o el reencuentro con alguien con quien nos apetece estar.
Mediodía en la Plaza del Castillo mientras espero la hora. Poca gente. La mayoría turistas a estas horas.
Me acompaña un libro de Miguel Sánchez Ostiz, Vivir de buena gana
 Ahora ya pasado el día, en la mañana del siguiente, retomo un texto suyo en Sin tiempo que perder.
La gratitud es algo más que un sentimiento vago. En en lenguaje de la Cuenca de Pamplona en el que palabras vascas genuinas se mezclan con las castellanas, existe una expresión que me gusta mucho. «Quedar a la ordea». En un sentido literal vendría a decir «quedar al regalo» y expresa un sentirse en deuda con la persona que nos ha hecho un presente inesperado o un favor, o nos ha facilitado las cosas, sin más,  en ese límite en el que el estricto cumplimiento de un deber se convierte en facilidad, en gracia. (pag. 62).
 Me invita a comer en un bello espacio, con historia, al lado del río. Nos ponemos al día, hablamos, paseamos.
Nos sentimos a gusto en la compañía mutua. Disfrutamos del momento del encuentro, del sol, de la tarde tranquila mientras decubrimos espacios en los que no habíamos estado.
Ya con el regreso a la vuelta de la esquina me reencuentro con dos espacios símbolo de un pasado vivido y quizás también de un todavía presente que me chocan y me llaman la atención.
Sé que no son lo más importante, pero imponen con sus presencia.

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