Ocho años no son demasiados para un buen brandy, pero son muchos más que ocho si hablamos de comunicación. Hace sólo ocho años no existía la red social, los teléfonos eran Nokia y algunos los llevaban a la vista, en una cartuchera, con su inevitable color gris, casi negro; los portátiles eran toscos y pesados, la tele de tubo ocupaba medio salón y no encontrabas tesoros en Spotify. Incluso sobrevivían algunos videoclubes.
Hacerse un perfil era retratarse de lado, no todo el mundo decía emprendedor en lugar de empresario y la palabra amigo excluía –aunque no necesariamente- a decenas de desconocidos con los que tienes poco en común, y que la mayor parte de las veces saludas y no contestan.
En este concreto contexto ocho años son un arco de enorme amplitud, que sobrevuela paradigmas, modas y tendencias evidenciando una virtud ciertamente poco frecuente: la perseverancia en el ejercicio continuado, libre y comprometido de la comunicación.
Perseverancia, libertad y compromiso. Es como para felicitarse, no hay duda.