Viernes a la noche.
Pequeña celebración familiar.
83 años son muchos. Ella misma lo dice. Quizás más de los que se necesitan vivir.
Sus años son nuestros también.
Su sensación de alegría y viveza y de poder celebrarlo son un soplo de vida con peso, poso y tiempo.
Disfrutamos de la comida y la conversación, como lo hacemos cuando nos juntamos, en el Bascook. ¡Qué rico le supo el pescado!
Siempre me ha admirado su capacidad de adaptación a lo que le ha ido tocando vivir que no ha sido poco.
Me agrada que nos podamos seguir juntando y saber que ella está ahí y nosotros también.
Siempre hemos funcionado con el lema de ‘si no hay noticias son buenas noticias’ y cuando ha sido necesario ‘todos al toque de corneta’. Mientras tanto vamos viviendo la vida a nuestro aire. Ella también.
Pero con todo ello los años también pasan. Otras personas desaparecen de la vida vivida y no volverán a estar mas que en el cara a cara del recuerdo.
Ayer y hoy en Cantabria de nuevo, en donde me acogen y cuidan, daba vueltas a la letra de Años:
nos vamos poniendo viejos
y el amor no lo reflejo, como ayer.
En cada conversación,
cada beso, cada abrazo,
se impone siempre un pedazo de razón.
Pasan los años,
y cómo cambia lo que yo siento;
lo que ayer era amor
se va volviendo otro sentimiento.
Porque años atrás
tomar tu mano, robarte un beso,
sin forzar un momento
formaban parte de una verdad.
El tiempo pasa,
nos vamos poniendo viejos
y el amor no lo reflejo, como ayer.
En cada conversación,
cada beso, cada abrazo,
se impone siempre un pedazo de temor.
Vamos viviendo,
viendo las horas, que van muriendo,
las viejas discusiones se van perdiendo
entre las razones.
A todo dices que sí,
a nada digo que no,
para poder construir la tremenda armonía,
que pone viejos, los corazones.
El tiempo pasa,
nos vamos poniendo viejos
y el amor no lo reflejo, como ayer.
En cada conversación,
cada beso, cada abrazo,
se impone siempre un pedazo de razón.
(1975)
Y con este run-run nostágico me vuelvo para Bilbao.