Estos últimos años de ‘tercio nuevo’ vividos y que todavía continuarán un tiempo me han supuesto el regalo de poder disfrutar de algunas experiencias y de conocer a algunas personas que quizás en otras circunstancias no se hubieran cruzado en mi vida.
Lo que a continuación contaré brevemente en un cierto tono críptico por respeto a un pacto entre caballeros son de esos pequeños detalles que pueden en muchas ocasiones pasar desapercibidos o tener un valor importante, que para mí lo tiene, en estos tiempos en los que vivimos.
Por aquí, en el sur de Islandia, somo amigos, yo creo que por suerte, a la mesa compartida y a la conversación relajada.
Durante estos últimos años he podido compartir, y espero poder seguir ahciéndolo en el futuro, conversación relajada, diversa y trasparente con muchas personas, políticos también entre ellos.
Con algunas de ellas la asiduidad es mayor y con otras menor. La cercanía ideológica también puede variar, al igual que la empatía que no siempre tiene que correlacionar con la cercanía ideológica, aunque, en estos tiempos que corren me fío casi más, tristemente, de la trasparencia personal, que de la cercanía ideológica.
He tenido siempre algún maestro en Madrid, ¡terror para los muy nacionalistas!, que me ha dado buenos consejos.
Volvamos a la anécdota que ojalá fuera principio.
Hoy he tenido una de esas comidas en la que la charla surge distendidamente y va y viene sin control. Siempre en tono amable porque nos fiamos o con-fiamos, algo importante y sin saber en muchas ocasiones por donde va a terminar.
En medio de la misma y como quien no quiere la cosa, obviaré el contexto que podría ser excesivamente trasparente, una de las personas comedoras-contertulias, en ese juego de quinielas-adivinanzas-apuestas ante las próximas elecciones, que es además la de militancia más clara, reconoce en el juego de supuestos que ella podría no estar a la altura de un posible cargo.
Sé que puede parecer una minucia, pero en estos tiempos de ‘pelotas en flor‘ es de reconocer y de ponerlo en valor.
Así que más allá de los runrunes políticos y de los partidos hay, como siempre, pequeños detalles que te reconcilian con la convivialidad y con la importancia del contacto cotidiano sin excesivas vendas previas.
Que alguien reconozca sus límites a determinados niveles en este juego de sillas es un valor en sí mismo.
¡Va por él!
Nota:
Ayer charlaba también con una persona después de darle una noticia no excesicamente agradable y me hablaba de los ‘techos de cristal’ existente en los ámbitos institucionales. Quizás sería parte de la contraparte de los reconocimientos de los límites institucionales a esos propios límites que a veces nos autoimponemos.