Un artículo escrito ayer por Rafa Muñoz que lleva como título Lo que cuenta es la palabra desempolvó uno de mis ‘demonios’ particulares. La dialéctica entre palabras y silencios y la dialéctica interna entre los discursos vacíos (ortodoxia) y los discursos plenos (ortopraxis).
La primera, palabra-silencio, es un interrogante que me viene acompañando desde hace muchos años. Quizás el haber trabajado con personas a lo largo de la vida que por distintos motivos se mueven con dificultad en la cultura verbal y dicen más con sus silencios, su tacto y su mirada, me ha llevado en ocasiones a constatar los límites de la palabra por un lado y la dificultad que tenemos quienes hemos hecho de la ‘palabra dicha’ el santo y seña de movernos en otros vericuetos más complejos.
Hay todavía un segundo elemento que me resulta interesante y que lo verbalizó con claridad Agnès Agboton en el reciente SILA. La diferencia entre las palabras vivas y dinámicas de la oralidad y las palabras fjadas y en parte muertas del texto escrito que quedan con su aparente fijación, lejos de la viveza adaptativa de lo oral interrelacional.
Justo, casualmente, ese viernes en la contra de El País aparecía la experiencia de Rana Dajani sobre los ‘cuentos contados de pequeños y su importancia‘.
Todo esto está muy bien, pero, al mismo tiempo, vivimos inmersos en una sociedad donde cada vez más la palabra es utilizada para esconder la realidad.
La idea de la “literatura” me hastía. Las palabras no sirven más que para ocultar la realidad, no para revelarla. La realidad es otra cosa. (Sándor Márai; Diarios 1984-1989; pag. 180)
Y así siento que seguimos avanzando en un proceso donde parecemos tener más cantidad de información aunque la misma no nos lleve a ningún sitio y parezca que nos bloquea ante la realidad.
El ser humano es un animal dotado de palabra. Ese animal se hace hombre en la medida en que es capaz de expresar sus pensamientos. Pero ¿qué quiere decir una persona al empeñarse en expresar sus pensamientos por escrito? ¿Quiere contar historias? ¿Quiere enseñar?¿Quiere divertir? ¿Quiere convencer y sacudir las conciencias? Seguro que quiere todo eso, pero ¿quiere decir algo más? Yo no sabía expresar con claridad lo que había querido decir con tantos libros. Lo tenía “en la punta de la lengua”, o por lo menos así lo creía. Seguro que quería decir “algo más” cuando escribía, no solamente contar una historia o relatar una experiencia (también habría querido descubrir ese “algo más” cuando leía, pero ¿de qué se trataba?). Allí delante de aquellas existencias, tuve la sensación de haber escrito demasiado, menos hubiera sido más. (Sándor Márai; ¡Tierra, tierra!; pag. 424)
Y ante tanta verborrea los mudos y enmudecidos abren cada vez más sus ojos con asombro perdidos ante tanto ruido.
Sólo hay una forma de decir la realidad. Hacerla. Y, para ello, el silencio activo es una buena arma.
Para mostrar el acuerdo con tus palabras quizá debería permanecer en silencio, pero como cierras tu escrito hablando de “un silencio activo” no me queda otra que pegar a continuación la respuesta que pergeñé a tu pregunta en el diario y que no sé si tuviste oportunidad de leer:
«sabes igual que yo que la elocuencia del silencio, fundamental por otra parte, queda evidenciada en las pausas que los narradores orales imprimen a sus historias. En la construcción del texto se explicita cuando utilizamos comas, puntos (suspensivos o no) y otro signos de puntuación. Decir también tiene que ver con respirar adecuadamente cuando contamos, y la constatación de que estamos leyendo con aprovechamiento se evidencia cuando levantamos la vista del texto y miramos hacia dentro.»
Tan solo añadiría una coda que quizá sirva como ejemplo a esa necesidad de silencio del que hablas, me refiero a la construcción poética, y no lo digo solo por su intensa contención en las palabras sino también debido a su distribución física en la página: creo que esos “blancos” pueden servir como paradigma de lo que hablas.
Para terminar y por si puede ayudar en la reflexión, recordaría que cuando hablamos del silencio, de su necesidad ante tanta verborrea espuria que nos atenaza, utilizamos también la palabra.
Saludos
Lo había leído Rafa. Ya veo que entras a todo. Basta con que te ‘citen’ de lejos. Abrazos
Solo a los lances que merecen la pena, amigo Txetxu.
+abrazos
Me parece muy interesante la relación entre las palabras y la realidad pero pienso que hay algo mucho más vulgar en la escritura que explica quizá no su existencia pero sí su supervivencia: el placer de mentir. Lo que nos da placer es a menudo lo más básico.
Un saludo.