Estos días pasados que he andado por Madrid entre reunión y reunión pasé por delante de la nueva Cervantes y Compañía que, manteniéndose en el interesante barrio en cuanto a libros y librerías de Malsaña, se ha trasladado de la calle Malasaña a la calle Pez justo al ladito de un bareto que pone unos estupendos gin-tonics con nocturnidad y alevosía.
Me ha gustado cómo han comunicado su ‘traslado en movimiento’ a través de facebook.
y la referencia, también, a la acogida, a la librería como casa metafórica de la que ya hemos hablado por aquí en alguna ocasión.
Desde este espacio les deseamos, como a todas las demás librerías, el mejor de los viajes y que, como le ocurrió a Luis Landero en otra librería, sea propiciadora de hechos mínimos y decisivos que a veces ayudan a poner orden y luz.
Y de pronto ocurrió un hecho mínimo y decisivo que vino a poner orden y luz y un norte fijo para siempre en mi vida. debió de ser a últimos de febrero o principios de marzo. Yo iba camino de la inevitableacademia nocturna, donde cursaba Preuniversitario, y de repente entré en una librería de la calle Preciados y me compré un libro. Eso fue todo. Durante varios días me había parado ente el escaparate, pensando, dudando, comparando títulos, precios, posibilidades, imaginándome sus olores y las maravillas que se encerrarían en sus páginas, hasta que al fin aquella tarde me decidí a entrar en lo que aún eran para mí recintos extraños, reservados a gente que no tardaría en detectar en la inseguridad de mis maneras al advenedizo, al intruso, acaso al impostor. (El balcón en invierno; pag. 121)