Cada vez más bibliófobos, bibliómanos y menos bibliófilos

LAR_Amate_libros-700x700Suele venir bien de vez en cuando echar la mirada atrás.

No hay miedo a quedarse convertido en estatuta de sal. Al contrario, ayuda en muchas ocasiones a cambiar o a tomar una nueva perspectiva de los asuntos y los trasuntos diarios.

Algo de esto me ha ocurrido con la lectura de El amante de los libros.

La lectura me ha permitido darme cuenta de cómo muchos de los que mantienen el discurso ‘tecnológico postmoderno’ son más bibliófobos que bibliófilos. Es casi como decir que estamos guiados hacia el futuro, o eso creen ellos, por una avanzadilla de no-lectores  que nos indican el camino (¡je!) a (no) seguir.

La lectura me ha permitido, también, comprobar que la historia, de alguna manera, se repite. Por lo menos en la descripción de los momentos. Así que la sobreprodución y el exceso de novedades parecen realidades siempre presentes.

Y, ya se sabe, por mucho metadato actual que se pretenda, aunque la mona se vista de seda, mona se queda:

Y ahora, ¡da lástima! Sólo se encuentran las ineptas sobras de esa literatura moderna que nunca llegará a ser antigua, cuya vida se esfuma en veinticuatro horas, como la de las moscas del río Hypanis: literatura muy digna, bien es verdad, de la tinta de carbón y el papel de pasta que le entregan a su pesar algunos tipógrafos avergonzados y casi tan necios como sus libros. Y llamar libros a esos andrajos embadurnados de negro que casi no han cambiado de suerte al salir del cuévano de harapos del trapero es profanar ese nombre. (pag. 32)

Las ‘edades de…’ ahora y antes lo que parecen señalar siempre es el exceso de escritura y la poca lectura…

El libro impreso existe a lo sumo desde hace cuatrocientos años y en algunos países ya se está acumulando de tal modo que el antiguo equilibrio del globo peligra. La civilización ha alcanzado su era más inesperada, la Edad del Papel.Desde que todo el mundo se dedica a escribir libros, nadie tiene gran interés por comprarlos. Los jóvenes autores de hoy, por cierto, pueden procurarse ellos solitos una biblioteca completa. Basta dejarlos. (pag. 50-51)

Podría seguir…, pero mejor que lo leáis vosotros ¿no?

Aunque… ¡a saber!

Ahora ya prevalece el amor por el dinero: los libros no producen interés. (pag. 55)

Una anécdota final. Comiendo hace poco con un librero Manuel Ortuño le hablaba sobre el libro y enseguida localizó mentalmente, no con ordenador, al autor y editor y librero se enfrascaron en una conversación preciosa por inesperada. Este librero probablemente no pueda cumplir los requisitos de calidad. Ahí lo dejo.

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