Fin de semana lluvioso donde casi todo se ve, cuando la niebla lo permite en tonos grises con todos sus matices y como un reflejo de las dudas, de la sabia duda, creo, como posición vital.
Cada vez desconfío más de las afirmaciones tajantes.
Así que en este entrever me he sentido cómodo habiendo podido también echar la vista atrás y revivir espacios donde viví hace ya cuarenta años.
Hay horas vacías, insustanciales, que esconden en sí el destino. Surgen indiferentes como oscuras nubes que aparecen para perderse de nuevo, pero se mantienen ahí tenaces y obstinadas. Y se disuelven elevándose como un humo negro, se hacen cada vez más lejanas y alargadas, hasta que por fin flotan sobre la vida con una palidez gris, melancólica, inmóviles, como sombras que se fijan al instante, inevitables y celosas, y elevan una y otra vez su puño amenazante. (Stefan Zweig; El amor de Erika Ewald; El Acantilado; pag. 59-60)