En todas las etapas de la vida ha habido trampas, tramposos y trileros, o, si lo prefieren ‘ventajistas simplificadores’ de lo humano.
Una de las modalidades recientes quizás sea, por lo menos en el sector del libro y la lectura, la de los ‘tramposos del algoritmo’ que algunos parecen querer convertir en nueva religión, panacea y camino por el que deben ir nuestras lecturas e, incluso, nuestra vida.
Nos dicen, siempre a futuro, que «Llegará el día en que la distinción entre lo creado por el ser humano y lo creado por algoritmos será imposible de detectar».
Hay algunos otros que, en cambio, ya parecen venir curados dle espanto, al parecer, de los algoritmos. Supongo que ya habrán sido en su momento fieles seguidores de su doctrina. Ahora afirman: «Buscábamos algo mejor que un algoritmo para recomendarte libros y lo hemos encontrado: personas».
Probablemente, esta nueva tendencia del algoritmo es reflejo de una visión conservadora y conservante de la realidad de la vida. La tecnología al servicio de los conservadores.
Daniel Innerarity lo ha afirmado con bastante claridad en un reciente artículo en El País. Escribe:
Los algoritmos que se dicen predictivos son muy conservadores. Los algoritmos predictivos no dan una respuesta a lo que las personas dicen querer hacer sino a lo que realmente hacen sin decirlo. Son predictivos porque formulan continuamente la hipótesis de que nuestro futuro será una reproducción de nuestro pasado, pero no entran en la compleja subjetividad de las personas y de las sociedades, donde también se plantean deseos y aspiraciones. Apenas registran, por ejemplo, la aspiración personal de dejar de fumar y continúan haciéndonos publicidad de tabaco, dando por supuesto que seguiremos fumando; en el plano colectivo, tampoco ayudan gran cosa a la hora de formular ambiciones políticas, como la lucha contra la desigualdad, que contribuyen a reproducir. ¿Cómo queremos entender la realidad de nuestras sociedades si no introducimos en nuestros análisis, además de los comportamientos de los consumidores, las enormes asimetrías en términos de poder, las injusticias de este mundo y nuestras mejores aspiraciones de cambiarlo?
En una línea parecida apunta, en mi opinión, Antonio Rodríguez de las Heras cuando dice:
Así que prever es indispensable para nuestra evolución, para navegar por el mar de incertidumbre del futuro. Otra cosa es, sin embargo, cómo se transmiten estos escenarios imaginados. Ahí es donde puede haber el engaño de predicar un tiempo futuro con la contundencia de la certeza, pues generalmente detrás de este determinismo hay intereses ideológicos para mantener o alcanzar un modelo de sociedad, o el convencimiento ilusorio por parte del predicador de creerse que acaba de volver de visitar el futuro, o simplemente inconsistente charlatanería.
Ayer David Gelernter, uno de los grandes genios de la computación, señalaba en XLSemanal:
No hay mente en la máquina, no hay presencia de ánimo. No hay nada. La verdadera cuestión es otra: ¿hasta qué punto nos dejamos engañar por las capacidades de un ordenador? ¿Sucumbinos a su magia?
Quizás nos venga mejor, y vuelvo a A.R. de las Heras nuevas formas de mirar como las que nos ofrece la cultura. La cultura enriquece sin fin el conocimiento, porque cada mirada revela una posibilidad de ordenar el mundo (incluye, excluye y relaciona); es, por tanto, creadora. Y, al mismo tiempo, poner en valor a personas y perfiles secularmente minusvaloradas, arrastrando penurias de consideración social y económicas, (que) se habrán convertido en imprescindibles para una sociedad equilibrada del conocimiento: el inventor, el poeta y el maestro (tecnología, cultura y educación).