No me extraña que la cifra de lectores no aumente de manera sustancial más allá de sucrecimiento correlativo al aumento del nivel educativo.
No me extraña tampoco que la misma derive hacia contenidos de libre acceso.
Cada vez me extrañará menos que los ciudadanos no gasten su dinero en útiles lectores.
He leído con cierto asombro esta semana, aunque uno ya no se espanta de nada, que una de las medidas de un posible plan de Fomento de la lectura será la de crear una ‘generación antipiratería’.
Uno no sabe si con ello se está afirmando implícitamente que las generaciones adultas ya existentes son (somos) mayoritariamente piratas y, es más, desconoce qué diferencia hay en lo que al acto lector se refiere entre leer un contenido supuestamente pirateado, hasta la fechas las sentencias que yo sepa han sido escasas, y el mismo sin piratear.
Otro asunto será lo que esto pueda repercutir en la industria y en la posible conciencia de los lectores sobre el valor de la creación.
Caminos equivocados que seguirán ampliando la grieta hasta llegar a puntos de difícil retorno.
Por lo menos, un poquito más de presunción de inocencia por favor para los inocentes lectores… mientras no se demuestre, en los tribunales, lo contrario.
Con los temas y las formas de entender la propiedad hay que andarse con mucho tiento y cuidado…
La propiedad privada de la reproducción es un gran invento contemporáneo. Es un modelo brutal de la idea de propiedad: no sobre un campo, no sobre el producto de ese campo, sino sobre un modelo natural –la semilla- que sólo su «dueño» tiene derecho a producir: la propiedad intelectual de la naturaleza. (Martín Caparrós, El Hambre; Anagrama, pag. 193-194)