Disfruté y mucho de la intervención de Xavier Antich en Interacciò 2015.
Rescato dos de las reflexiones provocadas por su intervención:
- El cambiazo que hemos dado desde la crítica de Adorno a la industria cultural a las ‘happyflowers’ industrias culturales y creativas. Hemos pretendido que el simple paso del singular al plural nos ponga en movimiento de la pasividad y el consumismo a la maravilla de la acción y la innovación. Ni ha colado ni ha calado porque no deja de ser una involución tramposa neobohemia, neoliberal y alabada por el utopismo tecnológico. ¿Cómo es posible que la industria cultural estigmatizada llega a ser en su forma plural, Industrias culturales y creativas, un símbolo de esperanza en el postcapitalismo?
- De tanto hablar, influenciados por ‘lo digital’, de cómo será el futuro y cómo será la realidad nos hemos convertido en incapaces de saber cómo es realmente la realidad.
Hace unos pocos días, el 12 de abril para ser exactos, Antich publicó un amplio y espléndido texto de opinión en Ara con el título de Apologia de les llibreries que con, por qué no decirlo la ayuda de Googletranslator dejo aquí en castellano:
Ahora que se acerca San Jorge, vale la pena recordar que una librería no es sólo un almacén de libros, sino el lugar en que libreros y libreras hacen de oficiantes, y no sólo de intermediarios, de lo mejor de lo que colectivamente somos. Y, como tales, también, de lo mejor que colectivamente podemos aspirar a ser.
Apología de las librerías. Xavier Antich
En medio de la precariedad generalizada y el desánimo al que tantas cosas nos invitan, las librerías son una embajada de futuro.
Cada uno tiene sus manías. Desde hace mucho tiempo, no encuentro mejor manera de entrar en el misterio que siempre es esta extraña aglomeración de gente que es una ciudad que visitando sus librerías y su cementerio. En la manera que una comunidad tiene de tratar a sus muertos y sus libros me parece adivinar una carta de presentación sincera que no entiende de retóricas impostadas ni de eslóganes turísticos. Mis recuerdos de viajes están ligados a estos dos espacios, en los que se celebran, sin aspavientos y con continuidad, estos rituales a través de los cuales una comunidad define lo que es, en relación a su pasado y al legado del que es depositaria, y en relación al futuro y al que espera de esta transmisión que, en el fondo, no es sino una gestión del futuro de su recuerdo.
No puedo pensar en París sin recordar las horas pasadas en sus librerías, empezando por la mítica Vrin, en la plaza de la Sorbona, ni puedo recordar la primera visita a Berlín, antes del derribo del Muro, sin que vuelva a emocionarme recordando la vieja y ya desaparecida librería de Unter den Linden, en el que se alineaban, a montones, todos los volúmenes con las partituras de las cantatas de Bach mezclados con las obras completas de Bertold Brecht o Ernst Bloch. Nunca olvidaré las pilas de libros, desde el suelo hasta el techo, de la librería Desde Nourritures Terrestres, que dos hermanas habían abierto en Rennes en 1946 y que cerró cuando llegó el siglo XXI, y me dejó sin dealer (comerciante, intermediario) de confianza para los pedidos de libros franceses, en la era de antes de internet. Pero, como es fácil de adivinar, no son las librerías, por ellas mismas, lo que consigue hacerme estremecer, sino los libros que custodian, paradójicamente, para deshacerse de ellos y que lleguen, al final, a las manos de alguien que se los lleve. Por ello es difícil expresar la decepción que puede sentirse, dentro de una librería arquitectónicamente tan maravillosa como la Lello, de Oporto, al descubrir que su fondo parecía elegido por el responsable de un almacén más que por un librero consciente de lo que tiene entre manos.
Porque lo que hace de una librería un lugar prodigioso son los libros que tiene y que, en definitiva, la definen. Por fortuna, todavía hay librerías que eligen, sin contemplaciones, lo que quieren ofrecer y que, a partir de inequívocos juicios de lectura, establecen, de manera sutil, criterios de discernimiento entre lo que venden. Son estas las librerías que hacen honor a su digno nombre.
Barcelona en concreto y Cataluña en general son tierra de librerías extraordinarias. No mencionaré ninguna ya que cualquier lista sería injustamente incompleta. Sí que vale la pena recordar que, precisamente, cuando hace muy poco, y por razones diversas, se enconaban responsos, este peculiar y fascinante negocio está viviendo, por la tenacidad de gente socialmente imprescindible, un momento especialmente dulce que bien puede calificarse de auténtico renacimiento. Es un signo de esperanza y el indicio, también, de una necesidad inequívoca: no sabemos si los buenos libros nos hacen mejores, y por eso es tan necesaria la alerta de los pesimistas lúcidos, como George Steiner, que nos recuerda a menudo que las humanidades no nos humanizan necesariamente, de manera automática, pero no es menos cierto que, sin libros, la caída en la barbarie quizás sería inevitable. En medio de la precariedad generalizada y el desánimo al que tantas cosas nos invitan, las librerías son una embajada de futuro.
Es verdad que la perseverancia de las librerías, en nuestras ciudades, ha tenido que hacer frente a una mutación de los hábitos culturales de una trascendencia que rara vez se recuerda. En sólo unas décadas hemos visto cómo los escolares han dejado de ir a las librerías con normalidad y regularidad, desde el momento en que las editoriales se dedicaron a vender, en las mismas escuelas, los libros que los estudiantes debían comprar: se rompía así un pacto implícito respecto al reconocimiento de las librerías como el lugar del descubrimiento de los libros. Es desde esta falla, en el sistema de transmisión con los más jóvenes, que las librerías han tenido que reinventarse, como algún día deberán hacer las bibliotecas, que han sufrido una mutación análoga desde el momento en que prefirieron tener usuarios antes que lectores.
El valor de una comunidad se define por la valentía a la hora de hacer frente a la indignidad que no quiere tolerar y también por el lugar y la importancia que otorga a las estrategias de la transmisión de lo que ha sido y lo que es. En esta batalla, en la que se juega el pasado y el presente de una comunidad, pero también su futuro, las librerías tienen un papel capital de una magnitud inmensa y de una responsabilidad insustituible. Ahora que se acerca San Jorge, vale la pena recordar que una librería no es sólo un almacén de libros, sino el lugar en que libreros y libreras hacen de oficiantes, y no sólo de intermediarios, de lo mejor de lo que colectivamente somos. Y, como tales, también, de lo mejor que colectivamente podemos aspirar a ser.