He compartido algún buen rato de conversación con Enrique Redel a quien además aprecio al igual que al resto de los editores-Contexto.
Pablo Delgado le ha hecho una interesante entrevista en el blog Farenheit 451 que os invito a leer completa.
En esta ocasión me ha interesado particularmente esta reflexión que Enrique traslada:
Me gusta considerarme un editor a medio y largo plazo (desde el día en que empecé a trabajar tengo sobre mi mesa del despacho una ilustración de Arnal Ballester que dice “Paciencia, estamos plantando” (me parece el lema que cualquier editor debería tener para inspirar su trabajo: la miopía editorial está muy extendida, es fácil obsesionarse con los resultados del año, cuando editar es una carrera de fondo, una profesión cuyos frutos verdaderos son los que se ven solo con perspectiva de años). Perseverante (creo que cualquier editor tiene que serlo, por lo demás), muy centrado en “cada libro”, y al que se le nota mucho que los títulos que edita son los títulos que verdaderamente le gustan (creo que esa energía que uno transmite es fundamental).
La paciencia y la perseverancia que Enrique señala quizás no sean ‘modos de ser’ que estén excesivamente en boga, pero que creo que en una forma de entender el trabajo editorial son imprescindibles.
Son, probablemente una de las pocas maneras de construir un catálogo coherente como señala, por ejemplo, Éric Vigne en El libro y el editor:
Si de pronto hubiera que especificar un rasgo que distinguiera a las ciencias humanas y sociales como sector de actividad, nosotros responderíamos sin ninguna duda: la noción de catálogo. La noción, decimos, porque la cosa abarca a otras en planos diferentes. Lo que para el librero es un folleto que repartirá de manera ocasional entre su clientela, para el editor constituye la marca de su saber hacer, en cierto modo su documento de identidad profesional: un catálogo es el balance de un camino ya recorrido y el esbozo de un futuro a trazar.Más que a cualquier otro,a un editor de ciencias humanas, en el sentido de obras de conocimiento fundamental, le preocupa la conjugación de las temporalidades que está en la base de cualquier política editorial –o al menos lo estaba en la era de la comercialización–: definir en el presente las decisiones editoriales que comprometen el futuro económico de su editorial, dentro de la continuidad con un pasado intelectual que hasta entonces le ha garantizado su prestigio ante los libreros, los lectores y los autores. (Éric Vigne; El libro y el editor; Trama editorial, pag. 128)
Quizás, por ese ritmo lento, paciente, perseverante y de largo alcance, los enciclopedistas, como señala Marina Garcés, hablaban de ‘los tiempos lentos de la verdad’.
Sin el ejercicio de la crítica, el conocimiento tiende a volverse inútil porque, aunque accedamos a sus contenidos, no sabemos cómo ni desde dónde relacionarnos con ellos. La crítica… se despliega en una actividad múltiple que consiste en seleccionar, contrastar, verificar, desechar, relacionar o poner en contexto, entre otras. No solo constata sino que valida, no solo acumula sino que interroga sobre el sentido, de manera dinámica y contextualizada… Hoy tenemos pocas restricciones de acceso al conocimiento, pero sí muchos mecanismos de neutralización de la crítica. Entre muchos otros, podemos destacar cuatro: la saturación de la atención, la segmentación de públicos, la estandarización de los lenguajes y la hegemonía del solucionismo…. Los enciclopedistas ya se referían a los tiempos lentos de la verdad (Marina Garcés; Nueva ilustración radical; Anagrama, pag. 49)
Cada vez esos ritmos parecen tristemente en ocasiones muy alejados del ‘mundillo del libro’.