En una reciente entrada Martín afirmaba:
No creo que la reinvención de la industria editorial deba pasar solamente por lo digital —de hecho, insisto en la necesidad de desdigitalizar la agenda—. Independientemente de las decisiones que la industria editorial tome en medio de su proceso de reinvención y del rumbo que le dé a éste su apuesta debe pasar por seguir intentando producir y ofrecer contenidos de buena calidad, valiosos y relevantes, que es lo que mejor sabe hacer.
Viene esto a cuenta, como algunas de las últimas entradas, de la referencia a lo digital en el último estudio panoramático donde este apartado, curiosamente, tiene mucho peso, pero casi centrado en exclusiva en el ámbito editorial y desdeñando a los otros sectores del libro.
No voy a ser yo quien niegue la importancia de esta realidad que ya no es nueva tanto en lo que puede tener de valor como herramienta para la mejora de la gestión como para su uso en marketing, comercialización, venta y en lo que hace referencia también para la creación de nuevos contenidos en los que casi nadie parece estar excesivamente interesado porque se quiera o no la literatura digital es otra cosa.
Pero, en todo este mar de dudas sí me parece importante la coletilla de Martín referida a los editores: su apuesta debe pasar por seguir intentando producir y ofrecer contenidos de buena calidad, valiosos y relevantes, que es lo que mejor sabe hacer.
¿Por qué señalo esto? ¿por qué pongo aquí el acento?
Básicamente para no caer en la trampa de otra industria y que sea ella la que acabe marcando la agenda de las prioridades. Y eso que no debería ser así si es cierto que, según Antonio María de Ávila «El sector editorial es moderno y ha hecho un esfuerzo inversor por encima de la media nacional en I+D+i.»
No está así de más escuchar también voces jóvenes que, por ejemplo odian los ebooks. Ben Brooks: “Desearía que los e-books no existieran y nadie los comprara, los odio” y, al mismo tiempo, reirnos o ironizar sobre los que van perdiendo la capacidad y el sentido del tacto anunciando funerales más deseados que reales.
Cuando hasta el Ministro Wert se convierte en adalid del mundo digital para el desarrollo del sector editorial hay que empezar a dudar y pensar si con esos perfiles pueden llegar a existir políticas de intereses convergentes.
Con todo ello parece que lo que sigue preocupando a algunas de las cabezas del sector es el traido y llevado IVA cuando seguimos sin saber si lo que compramos o alquilamos en digital es realmente un libro. Cada vez tengo más claro algo que afirmaba o dejaba entrever Manuel Gil recientemente: Si los editores no me dejan comprar y solo me permiten alquilar un contenido pues parece lógico que se le aplique un Iva de ‘servicios’.
Seguir poniendo solamente el acento y el ruido en la mediación, cuánto I+D+I hemos visto sobre nuevos contenidos, no digo que sea errar el tiro, pero sí preguntarse en qué sector empresarial nos situamos.
Price anuncia ya la supremacía en Estados Unidos de lo digital de aquí a 4 años. Ante los inventores del futuro que convendrá ver si lo que decían para años anteriores se ha cumplido.
No vendría mal que volvamos a poner el acento en lo fundamental y en volver a preguntarnos.
¿De verdad hay que garantizar ‘la igualdad de los ciudadanos’ ante la literatura de Huch Laurie, el esoterismo y las recetas dietéticas? ¿O ante los libros de gran formato y las guías prácticas? Esos expertos que se acaloran con las subidas y bajadas del mercado editorial, con los peligros de la sobreproducción, la migración a las grandes superficies, a las tiendas Relay y otros depósitos de best-sellers, ¿hablan alguna vez de libros? ¿No habría que volver a centrar la oferta editorial que necesita ser protegida, en torno a una literatura menos milagrosa y de ciencias menos ocultas? En torno a un tipo de edición que apenas se beneficia de las estrategias del marketing…(Thierry Discepolo; La Traición de los editores; pag.77)