Vuelvo sobre el artículo de Sophie Noël publicado en el número 32 de la revista Texturas y que llevaba por título La independencia de las librerías.
Quizás lo haga influido por la reciente lectura de Tocar, dudar, hojear. La librería Ombres Blanches y por una espléndida sesión de trabajo en la que participé ayer a la tarde en Consonni espléndidamente dinamizada por Rosa Llop y en la que tomo parte gente estupenda.
De alguna manera ayer estuvimos trabajando en torno a los imaginarios, algo además lógico en esta época donde el contexto de la experiencia y lo que algo nos sugiere parece ser clave.
Chistian Thorel escribe casi al final de su libro:
Esta librería se va a convertir en una cosa más o menos pública, en un «bien común». Las librerías son empresas comerciales pero también espacios de cultura. Al igual que los teatros y algunos cines, son habitadas de tal modo que su ‘propiedad’ acaba por convertirse en algo difuso. De alguna manera, el nosotros se hace extensivo al círculo de lectores y ciudadanos de Toulouse, a aquellos y aquellas que viven el mundo a través de los libros.
Y Sophie Noél escribía en su artículo :
El imaginario que rodea una librería independiente podría así resumirse mediante una serie de oposiciones estructurales que la definen con respecto de los actores de la venta online: lugar de vida (alma)/lugar sin alma; humanos/algoritmos; singular, único/estandarizado, homogéneo; calor/frío; material/virtual; local/transnacional; pequeño comercio/multinacionales. Es un imaginario que encontramos en diferentes latitudes, como muestra este extracto de la página web de los libreros independientes norteamericanos: «En este mundo de tweets, de algoritmos y de descargas digitales, las librerías no son un anacronismo en vías de extinción. Son organismos vivos que respiran, que continúan creciendo y expandiéndose». Consideradas hace dos décadas como negocios condenados a la cuasidesaparición a causa de las nuevas formas de consumo online, basadas en el modelo anglosajón, las librerías independientes encarnan hoy en Francia un ideal social y cultural defendido tanto por los editores como por los poderes públicos. Al poner de relieve su carácter único y auténtico, tienen la ventaja de ofrecer un espacio coherente donde todo forma parte de un mismo sistema: el local, la organización del espacio, la retórica utilizada, las creencias compartidas con el público, así como las características sociales de sus animadores.
Esta identidad independiente se hace eco además de la aspiración a una sociedad más armoniosa y humana que canalizan diferentes críticos del capitalismo. Lejos de ser un caso aislado, habría que poner en paralelo este éxito con el de otros negocios locales independientes, que vuelven con fuerza al centro de las ciudades apostando por la autenticidad, la singularidad y el deseo de distinción, como en el caso de los bodegueros o de los artesanos.
Algo de esto y mucho más resonaba ayer también en Consonni y me reconfirmaba en lo sugerente que es siempre ‘mirar a los lados’ y más allá y más cerca al mismo tiempo de eso que tan pomposamente llamamos ‘sector del libro’.