Ayer, después de tiempo, él dice que lleva una vida que es un sinvivir, pude tomar una cerveza con cierto sosiego con Imanol Zubero.
En la conversación, suele ser habitual en ocasiones, se cruzó un libro por medio; en esta ocasión, el de Roberto Casati, Elogio del papel. Contra el colonialismo digital.
Por un lado guardaba la opinión del director de La Vanguardia Marius Carol publicada el sábado pasado con el título El colonialismo digital.
En la misma dice:
Casati nos advierte que el colonialismo digital se impone como verdad absoluta -o te digitalizas o desapareces- e invita a cuestionar a las grandes corporaciones empeñadas en introducir su tecnología para crear posibilidades de negocio, no sólo para vender a sus lectores tabletas o teléfonos, sino principalmente para introducirse de la manera más directa posible en la mente del lector y crearle nuevas necesidades.
El autor reivindica el libro de papel como objeto que pone una frontera a las intrusiones constantes, a las posibilidades de distracción, y defiende la lectura atenta para la comprensión de los textos. A Casati le preocupa el mundo de la escuela, donde afirma que los nativos digitales no existen, sino que estamos ante niños acostumbrados a interaccionar con pantallas e interfaces electrónicas porque es lo que encuentran a su alrededor. La tecnología apenas aporta mejora académica: no existen atajos digitales para una educación de calidad.
La digitalización nos facilita la vida, pero deberíamos proteger el papel como tecnología que nos ofrece la pausa y la reflexión como alternativa.
En el mismo periódico y el mismo día había un artículo de Manuel Castells. El título lo dice todo: Vigilados y vendidos.
Dos párrafos del mismo:
En ese mundo digitalizado y conectado, el Estado nos vigila y el Capital nos vende, o sea vende nuestra vida transformada en datos. Nos vigilan por nuestro bien, para protegernos de los malos. Y nos venden con nuestro acuerdo de aceptar cookies y de confiar en los bancos que nos permiten vivir a crédito (y, por tanto, tienen derecho a saber a quién le dan tarjeta). Los dos procesos, la vigilancia electrónica masiva y la venta de datos personales como modelo de negocio, se han ampliado exponencialmente en la última década por efecto de la paranoia de la seguridad, la búsqueda de formas para hacer internet rentable y el desarrollo tecnológico de la comunicación digital y el tratamiento de datos.
…
¿Cómo evitar ser vigilado o vendido? Los criptoanarquistas confían en la tecnología. Vano empeño para la gente normal. Los abogados, en la justicia. Ardua y lenta batalla. Los políticos, encantados de saberlo todo, excepto lo suyo. ¿Y el individuo? Tal vez cambiar por su cuenta: no utilice tarjetas de crédito, comunique en cibercafés, llame desde teléfonos públicos, vaya al cine y a conciertos en lugar de descargarse pelis o música. Y si esto es muy pesado, venda sus datos, como proponen pequeñas empresas que ahora proliferan en Silicon Valley.
Por medio, entre el sábado y el encuentro de ayer, una noticia de El País invitando a la ‘conexión permanente en el ámbito educativo’ que provoca que Imanol se remueva inquieto, ya me lo adelantaba ayer, y escriba en su blog. Léanlo entero.
Yo recojo el final que me lleva al principio y al libro de Roberto Casati. Termina Imanol escribiendo:
Sólo recogeré aquí tres de sus ideas (refiriéndose a Elogio del papel de Roberto Casati):
1. El colonialismo digital es una ideología que se resume en un principio tan simple como peligroso: «Si puedes, debes». Si es posible hacer que una cosa o una actividad migren al ámbito digital, entonces debe migrar. Pero esto es más que cuestionable. Como cualquier otra tecnología, la digitalización puede resultar emancipadora en algunos casos, pero no en otros.
2. La lectura está amenazada, nos la roban. El ordenador ha contribuido a erosionar el tiempo de lectura de libros. De la lectura en profundidad, que no surge de manera natural: hay que aprender a practicarla y, una vez aprendida, hay que protegerla. Si leer significa aislarse para profundizar los nuevos dispositivos electronicos, sobrecargados de aplicaciones que nos invitan a bifurcar nuestra atención, no nos ayudan en nada, Esta es la tesis bien fundamentada de Nicholas Carr en Superficiales). El libro de papel presenta ventajas cognitivas: la linealidad facilita la comprensión, su calidad de objeto aislado, de objeto en sí, no conectado, facilita la atención.
3. La escuela presenta la característica de ser un ámbito protegido, en el seno del cual habría que aprender a procesar la información y no contentarse con buscarla o recibirla. Habría que defender este espacio protegido y resistirse a la introducción incondicional de instrumentos que favorecen (casi exigen) el multitasking y elzapping. Ya usan estas tecnologías digitales fuera de la escuela; por eso, debería resultar interesante que los estudiantes fueran al colegio para hacer cosas muydiferentes de las que se hacen habitualmente en la sociedad.
Como conclusión: «La escuela debe, en cierta medida, resistirse a las tecnología distrayentes, precisamente porque ya cuenta por sí misma con la inmensa ventaja de ser un espacio protegido en el cual el zapping está excluido por definición; ventaja que le permitiría no tener que correr tras el cambio tecnológico y, al mismo tiempo, generar, gracias paradójicamente a sus inmensas inercias, el verdadero cambio, que es el desarrollo moral e intelectual de los individuos».
Este fin de semana buscaré largos momentos de desconexión para leer a Casati y, también, a Luis Landero.