Los encuentros permiten a veces recuperar discusiones sosegadas y volver a contrastar puntos de vista.
La semana pasada estuve por Madrid. Entre otras personas, quedé con Juan Torres una de las noches en el Hotel de las Letras a compartir conversación y unas cervezas.
Nos pusimos al día, hablamos de proyectos y salió en la charla un tema sobre el que ya habíamos hablado en otras ocasiones: el precio fijo de los libros.
Hace ya unos meses Juan escribió un artículo que termina así:
Pero, puestos a llevar el procedimiento hasta sus últimas consecuencias, hay que salir del terreno de la cultura y entrar en el de los productos y servicios de primera necesidad. Porque no parece justo que «cualquier libro llegue en las mismas condiciones a todos los ciudadanos de todo el territorio» y, sin embargo, los yogures, por poner un ejemplo de alimento básico, los pague a precio diferente un habitante de Lanzarote que otro de Huesca o de Vinaroz. O un ciudadano que compre en un low cost pague por él menos que otro que vaya a un supermercado de proximidad. ¿Y el chorizo de cantimpalos? , ¿no es un producto básico que merece estar al alcance de todos por el mismo precio? ¿Y el pan?, ¿cómo se justifica que en unos sitios valga treinta céntimos y se vaya por encima del euro, y hasta más, en sitios especialmente sofisticados? Podríamos seguir con muchos más productos y servicios, pero no es cosa de ponerse pesados. Lo que quería decir, dicho queda: puesto que el dogma del precio fijo de los libros no puede discutirse, aceptemos su bondad y en consecuencia elevémoslo a dogma de carácter universal: precio fijo para todo y se acabó la discusión.
Recientemente Manuel Gil planteaba también una revisión de algunos de los artículos de la Ley del Libro que ya en su momento planteaba distintos puntos de vista.
Volviendo a Bilbao en autobús leía el libro de Paul Desalmand Las aventuras de un libo vagabundo que refleja en algunos de sus capítulos la purita realidad del mundo empresarial que se mueve en torno al libro.
En la página 36 dice:
Pierre no creía que las grandes superficies como la FNAC fueran un peligro para los buenos libreros, ya que no son exactamente lo mismo. Pensaba que el precio único del libro había beneficiado, sobre todo, a los grandes distribuidores. Si se abandonara por completo supondría una verdadera catástrofe, cosa que no significaba que un librero con oficio, coherente, no pudiera vivir perfectamente a la sombra de una tienda FNAC e, incluso, beneficiarse de ella. Incluso llevaba la paradoja hasta el extremo de defender que la liberalización del precio del libro no perjudicaría en abosluto a los libreros que practicaban la alta costura. Más de una vez le escuché decir que no faltaban lectores, sino buenos libreros.
El Comercio exterior del libro en España en cifras de 2011 mueve 482 millones de euros que quedan libres del precio fijo. De los 2.772 millones del comercio interior de 2011 (pag. 47), los 868 millones del libro de texto no universitario, un 31%, quedan al margen del precio fijo. A estos, habrá que sumar casi con seguridad las ventas directas de los editores o, por lo menos, habría que ponerlo en cuestión ya que indirectamente supone o un debilitamiento de la cadena de distribución o una competencia asumible, pero discutible con el canal librero.
La cifra de venta directa de los editores asciende a casi 411 millones de euros.
Lo cual, en grandes números, quiere decir lo siguiente:
– Si el mercado del libro español es fruto de la suma del comercio interior y exterior el volumen global del mismo es de 3.254 millones de euros.
– De los cuales 1.761 millones (comercio exterior, libro de texto y ventas directas) funcionan al margen del sistema de precio fijo. Es decir: el 54% del comercio del libro español queda al margen de dicha norma, sin contar además las ventas directas a bibliotecas y demás.
La situación, según reflejan las grnades cifras es para darle una pensada y, por lo menos, para no tragar con ruedas de molino.
Yo, por si acaso, me voy a tomar un yogur para asentar el estómago por si tengo que seguir tragando con este discurso aparente en la forma pero flojo en los números y el contenido.