Recibí en fechas recientes vía correo ordinario (cuál es hoy realmente el correo ordinario) con sobre y su dirección escrita a mano y sello una notificación, comunicación agradecimiento que me hizo ilusión al recibirla y me provocó una doble sorpresa.
La agradable sorpresa de lo inesperado ya que su recepción no entraba en mis planes, ni suponía que se pudiera dar el hecho y, también, la sorpresa, en su escritura y caligrafía manual, que me obligó a afinar de nuevo el ojo para leer más allá de la normalidad de tipos al que nuestro ojo se ha acostumbrado.
Añado a ello la sensación que la recepción produce también sobre el nivel de personalización y el tiempo dedicado para cada una de las personas a las que el mensaje ha ido dirigido.
La lentitud necesaria que la reflexión y el recuerdo exige.
Un ritmo y un impacto producido quizás bastante alejado de esa ‘sociedad impaciente‘ sobre la que hoy reflexiona Antonio Rodríguez de las Heras y quizás más cerca de lo que escribe Mery Cuesta:
Germina por entre los intersticios de la cultura digital un sentimiento de revalorización de todo aquello que conlleve un tiempo lento de desarrollo, así como todo aquello que se genera de manera exclusivamente manual y mecánica. Esta forma de vivenciar el tiempo a partir de la paciencia y de la escala que la manualidad permite se erige en sí misma en una nueva forma de romanticismo…Vivamos plenamente la vuelta a la satisfacción de dejar escapar el tiempo entre los dedos. (La Rue del Percebe de la cultura y la niebla digital; pag. 115)
Quizás sea esta la actitud que nos permita acercanos de la mejor manera posible a una vida que tiende a alargarse más y más y que en su alargamiento va pausando el ritmo frente al entorno que parece cambiar, aparentemente en sus mediaciones, a mayor velocidad pero con cierto desnorte vital por no saber disfrutar del tiempo que se escapa fuera de la productividad.