¿Ganancia o creatividad?

En nuestros tiempos, para crear y mantener la inmensa y eficiente maquinaria de los beneficios financieros, hemos elegido colectivamente la velocidad en lugar de la lentitud deliberada, las respuestas intutitivas en vez de las reflexiones críticas detalladas, la satisfacción de llegar a conclusiones rápidas más que el placer de concentrarnos en la tensión generada por distintas posibilidades sin exigir una respuesta concluyente. Si el objetivo es la ganancia, la creatividad sale perdiendo. Una vez oí a un científico que, comentando la falta de apoyo a las investigaciones científicas fuera de las industrias privadas, dijo: “La electricidad no se inventó tratando de producir lámparas mejores”. (Alberto Manguel; Nuevo elogio de la locura; pag. 28)

Nuevo elogio de la locura. Alberto Manguel

El libro de Manguel , recopilación de artículos varios acaba teniendo un sentido en su conjunto de reflexiones sobre la lectura textual y del mundo. Recomendable.

Hoy a la hora de pasar las notas que he ido tomando me encuentro con estas dos citas que parece, con lo ocurrido ayer , como puestas a propósito.

Todo acto de terror intenta su propia justificación. Se dice que cada vez que daba la orden de que se cometiera una nueva atrocidad Robespierre preguntaba: “¿En nombre de qué?”. Pero todos los seres humanos saben, en su fuero íntimo, que ningún acto de terror tiene justificación posible. (pag. 67)

Para llegar más lejos y más profundo, para tener el coraje de enfrentarnos a nuestros temores y dudas y secretos ocultos. Para cuestionar el funcionamiento de la sociedad respecto de nosotros mismos y del mundo,
necesitamos aprender a leer de otra manera, de forma distinta, que nos permita aprender a pensar. Tal vez Pinocho se convierta en un muchacho al final de sus aventuras, pero en definitiva seguirá pensando como un
títere. (pag. 55)

Compartir la nada. La frase. Alberto Manguel

Acumular más de lo que podríamos necesitar o aprovechar, proponer a otros una participación en una cultura común erosionada día a día y que va siendo gradualmente reemplazada por la “nada”, sugerir a los pobres y necesitados que se sirvan “más” de las riquezas comunes cuando éstas nunca han estado a su alcance, delimitar o explotar grandes áreas de
nuestro planeta y luego pasar a otras, dejando atrás nuestros residuos y desechos, ésos son los métodos de nuestra locura global, en nuestro trato con otros seres humanos, con bosques y mares, con la tierra que habitamos o el aire que respiramos. Gracias a estos métodos, al mismo tiempo que damos la impresión de compartir con los demás nuestra suerte y nuestra desgracia, en realidad no compartimos nada, no entregamos nada, escondemos nuestro vino y acaparamos nuestro té. (Alberto Manguel, Nuevo elogio de la locura ; pag. 31)

El dinero ¿lo puede todo?

Sigo con mucho interés, me encanta además el nombre, al «ojo fisgón «, curioso que es él.

En una de sus últimas entradas termina con la siguiente afirmación: hoy en día tiende a primar la regla de que quien publica a los autores exitosos o con posibilidades de serlo es aquel que pueda ofrecer más dinero por ellos…

Se me cruza la misma con un texto de Manguel en su Nuevo elogio de la locura, libro que recomiendo aunque quizás  alguien haya leído ya alguno de los textos en al gún medio, que estaba pasando a mi «diario de citas» y que dice, disculpen porque es un poco largo:

·         Si aceptamos… la prioridad de los valores económicos, cambiamos nuestra relación con todas las actividades creativas. Si la ganancia financiera es el objetivo final, entonces lo que buscamos es cierta especie de perfección: la producción de artefactos que puedan convertirse fácilmente en dinero. Es decir, en un mundo en el que el valor monetario es la medida de todas las cosas, las obras de arte que no ofrecen en sí mismas una gratificación financiera inmediata, que requieren procedimientos largos y difíciles, que no pueden ser definidas mediante etiquetas o bytes de sonido, y que no generan beneficios comerciales a través de complejos vericuetos estéticos, éticos o filosóficos, deben ser descartadas o, al menos, recibir muy poca atención. El fracaso, cuya aceptación es inherente a cualquier actividad creativa, es visto, bajo esa luz, como anatema, así como las creaciones poéticas que Shelley llamó “criaturas de la inmortalidad”, puesto que la ley económica exige que cualquier cosa creada cargue con su propia mortalidad, su fecha de “caducidad” que determina hasta cuándo la cadena de producción puede continuar vendiendo sus productos.
Las cualidades artísticas de una obra deben someterse al gusto de la mayoría o, en determinados casos, a un supuesto gusto “elitista” al que la mayoría puede, según le han dicho, acceder por una determinada suma de dinero. Bajo la evaluación común del valor económico, todos los otros valores se desdibujan o desaparecen. Esta necesidad de consumir no se genera mediante la creación de nuevas áreas de exploración intelectual y emocional a cargo de la obra de arte en sí misma, sino por medio de campañas planificadas que, inspiradas en estadísticas e investigaciones de mercado, logran inventar una prehistoria de anhelos por algo que más tarde se producirá deliberadamente para satisfacerlos.
(Alberto Manguel; Nuevo elogio de la locura; pag. 26-27).

Como que a medio plazo, no me pregunten por qué, veo una relación sobre todo en la medida que lo que cuenta es sólo, en muchos casos, la cuenta de explotación.