Hay veces que las lecturas parecen venir a nuestro encuentro.
Quizás, según nuestros momentos vitales, leemos con ojos distintos. Las palabras, como decá Pessoa nos llevan a ‘soñar’ con otro o a situar nuestra realidad en otra perspectiva.
Dos breves citas que situaré luego al final me traen el recuerdo ahora de la despedida de la tarde.
Le dejo con un ‘hasta mañana’ incierto y en esa despedida, en su casa, en su sofá de toda la vida, él hombre de manos rudas, suaves ahora, busca el contacto. Siempre, con todos. Como si fuera el último roce, de unas manos que ahora se han vuelto suaves, con el que se quisiera quedar. Después, la mano se levanta y, como si de un niño pequeño se tratara, lanza el adios-hastaluego, esperando poder rozar de nuevo la caricia al día siguiente.
Dos manos grandes, fuertes, manos de hombre trabajador, manos que dan ganas de tocar, manos que dan ganas de que nos toquen… (Regina José Galindo en Varios, Trentacuentos; pag. 88)
-… Me obligan a estar todo el día en la cama… Todas las mañanas pasa un médico, me es cucha los pulmones con ese aparato que lleva colgado y se marcha diciendo: «Hummm, hummm», que no sé lo que quiere decir, pero me da muy mala espina.
– Es que lo que usted necesita ahora es descansar mucho y bien abrigado no queda más remedio.
– Mira hijo, lo que yo creo es que me estoy muriendo y aquí lo único que hacen es tenerme hasta que deje la cama libre lo antes posible. Por favor, Nesandros, llévame a casa. Yo no quiero morirme en este sitio. .. Aquí no se me ha perdido nada… Nesandros entendía de sobra la angustia del viejo, y le prometió hacer cuanto pudiera para retornarlo a casa. (Guillermo Martín de Oliva en Varios, Trentacuentos; pag. 114)