Nunca o casi nunca sabe uno lo que la vida le puede deparar.
Relaciones que van y vienen y otras que se quedan en el camino. Contactos intermitentes o que nacieron en un contexto y en otro momento de la vida y de manera puntual o discontinua toman otro sentido.
También es cierto que en momentos concretos uno puede estar más abierto o más cerrado. ‘Ahora estoy como una lapa’ dice una buena amiga. ¡Nunca se sabe!, aunque a veces se intuye.
Ayer quedé con L. en Madrid. Hacía tiempo que no nos veíamos. Nos conocimos en otra ciudad y otras circunstancias.
Valoré cuando la conocí su carácter y su implicación en el proyecto. En la vida todo fluye y las circunstancias cambian.
Nos reencontramos, así lo hemos querido, en una ciudad distinta y en circunstancias distintas.
Lo que iba a ser ‘tomar una caña’ se convirtió gracias al flujo conversacional en una tranquila conversación que cortamos por ese ‘calvinismo laboral’ del día siguiente que algunos llevamos dentro.
No faltaron las cañas, el vino blanco, el vino tinto y la palabra, que nunca acabo de saber porqué hay ocasiones en las que fluye con facilidad, sin excesivas cortapisas, entrando en terrenos a menudo casi inexplorados.
Son esas pequeñas maravillas del encuentro entre iguales que creo que las lógicas matemáticas, ella sabe por qué lo digo, no serán nunca capaces de descifrar.
Cuando nos despedíamos, le dije de manera sentida, que habia sido una tarde-noche deliciosa por gratificante e inesperada. Muchas veces no sabemos con lo que nos vamos a encontrar.
Fue un pequeño remanso de sosiego conversacional en medio de la vorágine vital.
Ojalá le vaya bonito en su nueva aventura de la descubierta atrevida, valiente y arriesgada.
Seguro que al dar la vuelta a la plaza, o antes, nos volveremos a encontrar.
Sé de buena tinta que L. también disfrutó. También sé que hace años, en otra ciudad, ya se había dado cuenta de que hay relaciones que pueden florecer si se les da una oportunidad. Hagamos que la plaza sea de las pequeñitas.