Mirar

Días y horas que paso mirando, escuchando palabras a veces dichas sin sentido aparente.

Días y horas en las que sólo queda estar-con sin nada que ‘hacer’ mas que estar y mirar y en ese estar preguntarme por mi propia vida que es también la suya.

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Ver, mirar, contemplar

Así se titula el artículo de Xavier Guix publicado el domingo pasado en El País Semanal.

Siempre me han parecido sugerentes las reflexiones en torno al mirar que creo reflejan en parte el cómo nos situamos ante la vida y ante los otros.

Ver, mirar y contemplar son como tres estadios y/o formas de posicionarnos ante lo otro y el otro y que quizás guarden una cierta relación como actitudes con la pirámide del conocimiento (información, conocimiento, sabiduría).

Veamos los tres niveles que nos marca Xavier:

– Ver: Ver, es solo eso, ver. Sin más. Se puede ver y no sentir nada. Se puede ver y sentir alguna alteración, básicamente instintiva. Placer o dolor. Agradable o desagradable. En el ver solo hay impacto o indiferencia. El ver puede ser inerte, sin apenas vida.

– Mirar: En el mirar existe sin duda intención. Hemos decidido qué ver. Y lo hacemos cuando queremos conocer o cuando pretendemos llegar al fondo del otro y al trasfondo de la cuestión. Necesitamos mirar para certificar, para curiosear, para descubrir, para encontrar en lo mirado nuestro deseo o para desvelar verdades: ¡Dímelo a la cara! ¡Mírame cuando te hablo! Exigimos la mirada para captar en ella el reflejo del alma. Hay quien expresa su temor a ser mirado y también quien afirma que puede mirar a los ojos de todo el mundo porque no tiene nada que ocultar.

– Contemplar: La contemplación es una actitud que nos acerca a ser aquello que contemplamos. No es un proceso, una etapa. No tiene intención complementaria. Sencillamente sucede cuando dejamos de ser, cuando abandonamos las dimensiones espacio-tiempo para convertirnos en lo contemplado y descubrir así su esencialidad. Uno puede ver el vuelo del pájaro, mirarlo para observarlo o puede sentir que vuela con él. Para comprender al otro, tal como se comprende a sí mismo, hay que convertirse en el otro, compartir su experiencia, participar de su mundo.

En nuestra escala evolutiva, la contemplación es el nivel que nos acerca a las realidades últimas, las más profundas y verdaderas. Las descubrimos en el silencio interior, en la cesación de todo intento de entender las cosas, a los demás y a nosotros mismos. Callamos para escuchar nuestra verdad interior. Tal vez por eso hay tanta gente que no calla nunca; por eso vivimos en sociedades tan ruidosas; por eso nuestra mente no para. El silencio asusta porque tememos encontrarnos interiormente. Pero eso solo puede suceder si hay juicio. En la contemplación, solo hay verdad.

Va llegando el final de año que siempre es un buen momento para hacer repaso a lo vivido, lo visto, lo mirado, lo contemplado y a la óptica con lo que lo hemos hecho en cada caso, con cada persona y en cada situación.

Los ritmos vitales solo dejan tiempo en muchas ocasiones para miradas fugaces. El mirar y el contempla requieren y necesitan tiempo y sosiego, algo que en nuestra vida parece ser escaso o, quizás peor, queremos que sea escaso por el miedo a encontrarnos ante nuestro propio vacío.

Las prisas siguen siendo malas consejeras.

 

La delicadeza

Quizás no hay mejor forma que terminar una novela que casualmente al dia siguiente de haber finiquitado su lectura quedar a comer con quien te la regaló.

La delicadeza de David Foenkinos ha sido una buena compañía para la tarde de ayer sábado que a partir de las 16:30 se pueso negra negra por Cantabria y estuvo descargando agua a gusto.

Así que trasladamos la cena a comida lo cual dio como resultado el poder terminar la novela y poder disfrutar hoy de comida en un espacio precioso que alguna ha ‘confundido’ con Laida (buscad por facebook). La foto está sacada desde el ‘merendero’ Las Encinas en Sonabia.

Como siempre agradable comida y conversación, pero prefiero dejaros algunas de las píldoras encontradas por el libro.

En este caso siempre la subjetividad forma parte importante de la selección.

– Quizá haya una dictadura de lo concreto que contraría siempre las vocaciones. (pag. 15)

– En la felicidad siempre llega un momento en que uno está solo entre la multitud. (pag. 20)

– Nunca es fácil pasar de la mirada a la conversación, de los ojos a las palabras. (pag. 69)

– ¿El exceso de información nos empujará ineluctablemente hacia la amnesia? (pag. 78)

– Hay gente fantástica

  a la que se conoce en mal momento.

  Y hay gente que es fantástica

porque se la conoce en el momento adecuado. (pag. 89)

– ¿acaso hay algo más ilógico que una afinidad? (pag. 181)

– El sentimiento amoroso es el que más culpabilidad provoca. (pag. 190)

– La lluvia caía sobre el rostro de Nathalie, de modo que no se podía distinguir qué eran gotas y qué eran lágrimas. Pero Markus sí las distinguía. Sabía leer las lágrimas. Las de Nathalie. (pag. 201)

Y ya al final, pero para llegar a ello deberéis leeros esta novela.

Quizás todos deseamos saber con quién podemos ‘redescubrir juntos el manual de instrucciones de ternura’ (pag. 213).

Hay veces que caducan y hay que empezar de nuevo el descubrimiento.

Los trapos sucios

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Aproveché mi escapada a Zarautz para comprar la última novela de Anjel Lertxundi, Los trapos sucios, que se presentó ese mismo día.
La trama la podéis leer en el enlace de arriba.
Como siempre me voy quedando con pinceladas que han tenido un eco especial para mí según la leía. De una de ellas ya hice referencia ayer.
Ahí os van algunas más:
– La compasión no es, a menudo, sino un pretexto que nos permite administrar la conciencia a nuestra medida. Bálsamo y alivio para muchas de nuestras faltas. (19-20)
– Me miras, pero no me ves. Aunque me refleje en tus ojos, no estoy en ellos (pag. 20)
– No me importaba: el cometido de tender puentes me proporcionaba una excelente opotunidad de aprovechar lo mejor de cada orilla. (pag. 94)
– Porque una casa, una verdadera casa, no es un mero espacio, sino un determinado tiempo conservado entre las paredes. (pag. 189)